En casa bebemos cantidades ingentes de café y somos fieles clientes de un pequeño negocio local cuya experiencia de compra (producto de calidad y atención al detalle) compensa el ligero sobrecoste.
Sin embargo, durante este último mes nos hemos apañado consumiendo café del súper que, aún siendo bastante regulero, al menos cumple la función de aportarnos nuestro chute de cafeína. Para compensar este problemita del primer mundo aprovechamos una de las pocas cosas buenas que nos ha traído esta -suspiro- situación excepcional: ahora podemos dedicar más tiempo a prepararlo y disfrutarlo.
Cada mañana experimentamos mezclando diferentes ingredientes, jugamos con la intensidad de la vitrocerámica y comprobamos la diferencia entre mantener la tapa de la cafetera abierta o cerrada. La infusión resultante la degustamos viendo amanecer en nuestra (bendita) terraza. Conversaciones en voz baja y unas tostadas con huevos revueltos hacen el resto para que no echemos de menos el estruendo de las cafeterías.
Y es que dominando las variables técnicas (ingredientes, cafetera, tipografía, herramientas de prototipado…) y controlando el contexto de uso (una terraza al amanecer, una parada de autobus abarrotada…) conseguiremos que nuestro producto (una infusión, una app…) sea mejor percibida a pesar de no contar con la mejor materia prima. Las limitaciones son parte de nuestra vida, nos dan un marco de actuación y saber gestionarlas correctamente nos ayudará a sacar lo mejor de cada proyecto.
En este caso, un café (casi) perfecto.